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Inicio de la guerra de Sucesión española


 

Inicio de la guerra de Sucesión española

altLa Guerra de Sucesión Española fue un conflicto internacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que duró desde 1701 hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715, y que se saldó con la instauración de la Casa de Borbón en España. Fue a la vez una guerra civil entre borbónicos y austriacistas pertenecientes a los reinos españoles de Castilla y de la Corona de Aragón, cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1714, con la capitulación de Mallorca ante las fuerzas de Felipe V.

El último rey de España de la casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado, estéril y enfermizo, murió en 1700 sin dejar descendencia. Durante los años previos a su muerte la cuestión sucesoria se convirtió en asunto internacional e hizo evidente que España constituía un botín tentador para las distintas potencias europeas. Tanto Luis XIV de Francia como el emperador Leopoldo I estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban derechos a la sucesión española (asimismo, las madres de ambos eran hijas de Felipe III).

A través de su madre, María Teresa de Austria (hermana mayor de Carlos II), el Gran Delfín, hijo primogénito y único superviviente de Luis XIV, era el legítimo heredero de la Corona española, pero era ésta una elección problemática. Como heredero también al trono francés, la reunión de ambas coronas hubiese significado, en la práctica, la unión de España -y su vasto imperio- y Francia bajo una misma dirección, en un momento en el que Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia hegemónica. A consecuencia de ello Inglaterra y Holanda veían con recelo las consecuencias de esta unión y el peligro que para sus intereses pudiera suponer la emergencia de una potencia de tal orden. Los candidatos alternativos eran el emperador romano Leopoldo I, primo hermano de Carlos II, y el Elector de Baviera, José Fernando. El primero de ellos también ofrecía problemas, puesto que su elección como heredero hubiese supuesto la resurrección de un imperio semejante al de Carlos I de España del siglo XVI (deshecho por la división de su herencia entre su hijo Felipe y su hermano Fernando). Por ello Luis XIV temía que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque Carlos), la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante para las potencias europeas. Como resultado, José Fernando de Baviera era la elección preferida por Inglaterra y Holanda. Francia e Inglaterra, inmersas en la Guerra de los Nueve Años, pactaron la aceptación de José Fernando de Baviera como heredero al trono español, y en consecuencia el rey Carlos II lo nombró Príncipe de Asturias. Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698, a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares (exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos españoles y las colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia y Toscana para el Delfín de Francia. El problema surgió cuando José Fernando de Baviera murió prematuramente en 1699, lo que llevó al Segundo Tratado de Partición, también a espaldas de España. Bajo tal acuerdo el archiduque Carlos era reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos de España, a Francia. Si bien Francia, Holanda e Inglaterra estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española. Sin embargo, un mes antes de su muerte, Carlos II testó a favor de Felipe de Anjou, si bien estableciendo una cláusula por la que Felipe tenía que renunciar a la sucesión de Francia.3 Esto se debió a que el gobierno español tenía como prioridad principal la conservación de la unidad de los territorios del imperio español, y Luis XIV de Francia era en ese momento el monarca con mayor poder de Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder llevar a cabo dicha tarea. Cuando se produjo la muerte de Carlos II, Luis XIV respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, Luis XIV hizo pública la aceptación de la herencia en una carta destinada a la reina viuda de España en la que decía:

Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz inviolable, la monarquía de España al más alto grado de gloria que haya alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto rey católico.

Pocos días después, el rey de Francia, ante una asamblea compuesta por la familia real, altos funcionarios del reino y los embajadores extranjeros, presentó al duque de Anjou con estas palabras:

Señores, aquí tenéis al rey de España.

y a su nieto le dijo:

Sé buen español, ése es tu primer deber, pero acuérdate de que has nacido francés, y mantén la unión entre las dos naciones; tal es el camino de hacerlas felices y mantener la paz de Europa.