Farmacias de guardia de la provincia de Alicante.
Un buen amante es aquel que se dispone entusiasmado a darle placer y que disfruta sintiendo cómo crece el deseo en ella. Está atento a sus reacciones, sin dar por supuesto que lo que la ha hecho gozar antes a ella o a otra mujer es una especie de receta universal que siempre va a ser excitante. En líneas generales, es el que se muestra sensible para saber cómo desea ser estimulada cada mujer en particular. Si bien hay respuestas claras de deseo con el contacto directo en los puntos eróticos, la psicología femenina puede sentir rechazo cuando las caricias son mecánicas, o si perciben la prisa del amante por erotizarlas y acelerar el momento de la penetración, ya que esta sensación las lleva a pensar que él sólo desea estimularlas en busca de su propio placer. Al ser más flexibles que los hombres, se lanzan con naturalidad a nuevos juegos y fantasías, por eso cuando son ellas las que lo están estimulando aprenden con rapidez a satisfacerlo; pero esperan y necesitan que él haga lo mismo. El amante ideal es el que es capaz de advertir los sutiles cambios en el estado de ánimo femenino. Hay mujeres que escogen cuidadosamente la ropa interior como un reclamo más de seducción y se frustran si él no lo nota, puesto que para ella en un encuentro sexual son tan importantes los pequeños detalles como los grandes gestos. Su morbo se despierta ante situaciones que escapan a la rutina, como si se las acaricia cuando aún están vestidas o a medio desvestir, en lugares distintos al dormitorio, momentos que les recuerden sus primeros escarceos sexuales o cuando los amantes corran el riesgo de ser sorprendidos. También se disparan sus fantasías si las caricias no son las previsibles y se evitan los roces mecánicos en los senos o en la vulva. Este modo sensible de aproximación hace que ella desee intensamente la estimulación de los puntos erógenos y comience a anhelar el contacto. Una de las actitudes que la mujer valora y que hace crecer sus ansias sexuales es que, a medida que aumenta su deseo y su excitación, él le haga sentir que también goza, prolongando el estímulo para que ella disfrute. En ciertos hombres se nota la impaciencia, o parecen aburrirse, si la mujer es lenta en excitarse, actuando como si fueran espectadores a la espera de que se inicie la penetración y esto puede hacer que la libido de la mujer se retraiga. No obstante, lo más importante que un buen amante debe saber es acaso que la mujer es distinta en su sexualidad, más compleja y mucho más sutil. A él le basta con un estímulo directo en las zonas erógenas y con el goce que obtiene en la penetración, ya que su sexualidad es más directa y le resulta fácil llegar al orgasmo. Ella necesita en cambio del misterio y el despliegue de imaginación, pues no le importa la cantidad de orgasmos, ni el atletismo sexual, sino el grado de erotismo.
Lo que más hace crecer las ansias sexuales de ella es que a medida que aumenta su deseo y su excitación, él le haga sentir que también goza.
Tocarse o tocar al amante por el simple placer de hacerlo, sentir su reacción y percibir el tacto de una piel más firme, elástica o tierna, despierta percepciones que mueven a la ternura, perturban o excitan. Pero sobre todo, tocar es el goce intenso de conocerse y conocer al otro sin tener como objetivo preciso el coito o el orgasmo. El gran secreto es convertir los toques en un propósito en sí mismos, un juego creativo, libre y sin reglas, en el que todo vale, no hay zonas permitidas o prohibidas. La flexibilidad y desinhibición que esto procura es difícil de equiparar a cualquier otra forma de conocimiento. Es el más puro disfrute que complace a la sensibilidad y al excitable territorio de la piel.
El placer de ser tocado no es menor que el que se siente acariciando al amante. Por eso, el intercambio dúctil y natural de los roles aporta un cariz lúdico al erotismo. Resulta intensamente sensual asumir, aunque sea por unos momentos, una actitud activa buscando estimular al otro, que se entrega al placer de la caricia disfrutando gozoso de la situación. Asimismo, la actitud inversa es igual de excitante. De esta manera, no estar pendiente ni ser rutinario en el rol que se asume permite que cada encuentro entre amantes contenga una expectativa subliminal. Ella entrelaza los brazos en torno al cuello o la cintura de él, le sostiene las caderas estando de pie y frente a frente, jugando un rol activo y transmitiendo su necesidad de sentirlo muy cerca, lo mismo que al estar estrechamente abrazada, atrapada y protegida por él en un papel pasivo, percibe también sensaciones estimulantes. Aunque se suele identificar el rol activo con la masculinidad, lo cierto es que esto depende del perfil psicológico de cada persona, sea hombre o mujer. Por ello es importante dejarse llevar por la espontaneidad sin falsos pudores.
A veces, las caricias se inician con ropa de la que, poco a poco, uno se va despojando. La desnudez comunica entre la piel de uno y otro un contacto no sólo sensual sino también de una gran emotividad. Algunas partes del cuerpo femenino son grandes olvidadas, generalmente por las posturas que se adoptan. Es el caso de la espalda que, por las múltiples terminaciones nerviosas que la recorren por el centro y a lo largo de la columna vertebral, al ser tocada, responde vivamente. Ella está tumbada boca abajo y su espalda está a la vista; él se la acaricia alternando los toques, primero la recorre con las palmas de las manos, luego la roza con los nudillos, intercala golpecitos, besa y lame entre los omóplatos, en el centro, hasta llegar al borde de la cintura, sin avanzar en principio más allá; ella se mueve sensualmente, se siente relajada y estimulada al mismo tiempo.
Él continúa tocando en sentido descendente; palpa las nalgas y recorre su contorno con un dedo sin imprimir a la caricia pasión, como si dibujara su forma, llega hasta las piernas, pasa con levedad las yemas de sus dedos por el interior suave de los muslos y alcanza las pantorrillas, que acaricia, y luego toma uno a uno los sensibles dedos de los pies y los besa cálidamente. Si ella parece complacida y él nota su cuerpo relajado, la incorpora suavemente hasta que quede sentada y, situándose por detrás, le acaricia los senos, iniciando el toque suave y muy lento al principio sin buscar directamente los pezones; sus movimientos son envolventes y giratorios, o simplemente sostiene los senos entre las palmas de las manos. Después de una prolongada e intensa sesión de caricias de él, ella desea participar autoacariciándose o devolviéndole las caricias.
Preocuparse por la perfección estética a menudo limita el placer que se siente, ante la posibilidad de sentir rechazo por parte de él. En realidad, el hombre no da demasiada importancia a esta cuestión, sino que su sexualidad despierta ante todo un conjunto de factores. La imaginación es una buena aliada para transmitir caricias a ciertas partes del cuerpo poco corrientes. Los sentidos «hablan»con claridad: calor febril en la piel, sonidos inarticulados, ojos cerrados, a veces tensión y manos que vuelan en busca del cuerpo del otro. La desnudez comunica entre la piel de los amantes un contacto no sólo sensual sino también de una gran emotividad. Las sensaciones más excitantes se despiertan cuando una caricia o toque casual encuentra un punto exacto de sensibilidad que permanecía oculto y que, una vez estimulado, proporciona una sorpresa y un placer inesperado.
Cuando se deja fluir con naturalidad la fantasía al calor de las manos recorriendo el cuerpo en busca de sensaciones que llevan a satisfacer el deseo, se comprende por qué ninguna mujer debería renunciar a masturbarse; no sólo por lo que supone de autoconocimiento sino también porque estimula y ahonda en gran medida el disfrute. En ese sentido, reconocidos profesionales del campo de la medicina y la psicología recomiendan el autoerotismo como una de las formas más auténticas y maduras de la sexualidad. El autoerotismo despierta a edades muy tempranas y se manifiesta en la adolescencia como una intensa tendencia voluptuosa, llevando a experimentar con el propio cuerpo hasta conocer los ocultos resortes de sensualidad que éste encierra. Si la autoestimulación se reduce a una simple descarga sexual a solas se empobrece la sexualidad, ya que masturbarse siempre es placentero y no sólo como sustituto del amante, sino que también es una experiencia íntima que relaja tensiones, evita el estrés y contribuye a la serenidad y el equilibrio personales; asimismo enseña y prepara sensualmente para guiar al amante por la ruta del placer a través del propio cuerpo, complementando los juegos eróticos entre dos.
Si la autoestimulación se reduce a una simple descarga sexual a solas se empobrece la sexualidad.
Un inquietante cosquilleo que recorre la piel en sensuales ondas concéntricas que no se localizan en ninguna zona del cuerpo en especial le indica a ella la presencia del deseo. Puede haberío provocado una presencia o un recuerdo, el roce casual de la suave ropa interior o una canción sentimental, pero sea cual sea el motivo, la fantasía comienza a volar y da paso al anhelo por hallar un espacio íntimo para autosatisfacerse. A partir de ese momento, las manos vuelan enredándose en el vello púbico, demorándose en los pezones, recorriendo la tierna línea que divide en dos las nalgas para alcanzar el rosado anillo del ano, y cada roce es aún más excitante y va despertando mil sensaciones al mismo tiempo. Desde el centro del cuerpo asciende un calor que por momentos gana en intensidad, los poros de la piel se abren soltando una fina capa de humedad, y de la vulva comienza a fluir un líquido que la lubrica ayudando a deslizar las caricias. Aumenta la tensión en todo el cuerpo, los muslos poco a poco crece la ansiedad y, como sucede en toda práctica sexual, no existe una técnica única para autoestimularse, sino muchas, que cada mujer descubre por sí misma y que va alternando o cambiando a medida que se conoce mejor. Es muy placentero masturbarse sentada justo al borde de una superficie con las piernas abiertas, lo que permite acariciar el clítoris con una mano y con la otra tocar los senos, percepción que se intensifica contrayendo el músculo PC y dejando por unos instantes el clítoris palpitante para recorrer toda la vulva y notar las sensaciones que se producen en la vagina. Ella también goza mucho si se recuesta boca arriba sobre la cama, coloca una almohada entre las piernas o las cierra estrechamente sobre la caricia de la mano como si apresara los muslos de un hombre; en esta posición todo su cuerpo se mueve sensualmente buscando el roce, contra las sábanas o gira hasta quedar tendida boca abajo y apoyando la vulva sobre el dorso de la mano o el antebrazo estimula con movimientos rítmicos el clítoris tenso por la excitación y con los dedos de la otra mano, humedecidos en saliva, unta sus pezones hasta que llega al orgasmo con la respiración anhelante pero plenamente satisfecha y relajada.
La masturbación entre amantes no es sólo uno más de los juegos previos a la penetración, sino uno de los que más intenso placer provocan y probablemente el que mejor contribuye al autoconocimiento. Cuando ella está muy excitada, comienza a desear que él se acerque a los puntos erógenos clave y lo insinúa de mil maneras o lo verbaliza directamente, incluso estando aún vestida. La mano de él repta por debajo de la ropa buscando el pubis que abre la puerta al centro del goce que ambos ansían; entre el vello húmedo por el deseo recorre con un dedo los pliegues de la vulva, traza un recorrido tenso y caliente por los labios mayores y por fin encuentra el clítoris que late ansioso esperando el contacto. Su cuerpo se mueve para indicarle lo que más la excita, deseando que la caricia rote, gire, suba y baje buscando otros centros álgidos, mientras la lengua lame los senos que ella ofrece anhelante. Cuando él sigue masturbándola, ella contrae el músculo PC y siente un placer intenso que se extiende por la vagina hasta llevarla al clímax, y si en ese punto él la penetra, su orgasmo se multiplicará convirtiéndose en varios que, encadenados, se transportan en ondas sensuales por, todo el cuerpo, saciando el deseo. Nada le impide fantasear que quien está recorriendo su cuerpo y electrizándolo son las manos del hombre que la excita. Ella manda y decide en la sexualidad a solas, es su propia guía, su objeto de deseo y su fuente de autosatisfacción. Una de las tantas posturas placenteras para masturbarse es situarse frente a un espejo o a una fresca pared de azulejos y restregar contra ella el cuerpo ardiente, mientras se estimula el clítoris con una mano y los senos con la otra. La mano de él repta por debajo de la ropa buscando el pubis que abre la puerta al centro del placer.
Las diferencias entre la sexualidad femenina y masculina también son notables en la forma en que prefieren ser masturbados. Hasta que no está lo suficientemente excitada, la brusquedad o velocidad intensa que suele preferir el hombre, a ella llega a veces a causarle dolor o a insensibilizarla. Él va reconociendo el grado de anhelo al notar cómo el cuerpo de ella se contorsiona y abandona a sus caricias, la vulva comienza a encenderse y dilatarse al contacto con sus dedos y un fuerte rubor se extiende por el rostro y el escote. Los toques suaves y superficiales al principio van revelando cómo aumenta el deseo al tiempo que brotan los fluidos vaginales que lo acompañan. Es el momento en que crece la cadencia del ritmo de sus roces, mueve los dedos más rápidamente hasta sentirlos empapados, mientras el pecho de ella sube y baja agitadamente. Excitado también, busca los senos con su boca o sus manos, sin dejar de masturbarla, apoyando el pene erecto entre los labios mayores para seguir acariciándola, lo que da un intenso placer a ambos, que llegan al orgasmo, incluso sin que se produzca penetración.
Él puede despertarle un intenso goce si al mismo tiempo que frota el clítoris con el pulgar, le acaricia con el resto de la mano el pubis. Utilizando dos dedos de la otra mano estimula la vagina y el orificio del ano, para que ella se excite más y él la penetre con los dedos. La vulva comienza a encenderse y dilatarse al contacto con sus dedos y la respiración se vuelve más entrecortada.
CONTINUA...