Farmacias de guardia de la provincia de Alicante.
Entre los mayores placeres que es posible darle a una mujer, se encuentra sin duda el de besarle la vulva con la lengua y los labios, estimulando especialmente el clítoris, que se estremece con esta caricia húmeda y caliente. La lengua es un órgano táctil sumamente sensible que percibe la respuesta sexual de ella y de la misma manera que recorre la piel estando blanda y relajada como si la rozara tiernamente, puede hacerse más rígida y, usando la punta tensa, aumentar el ritmo o la intensidad del contacto. Casi todas las mujeres alcanzan el clímax si se les lame el clítoris, el perineo, la entrada de la vagina y del ano. Aunque el máximo placer se centra en el clítoris, desde este punto erógeno la sensación de goce puede transmitiese a otras zonas del cuerpo, si ella respira profundamente al ritmo de la estimulación de la lengua de él y a la vez contrae el músculo PC. La extrema sensibilidad femenina -siempre alerta- advierte con prontitud si él la acaricia mecánicamente, lo que inevitablemente hace decrecer su excitación; como en cualquier práctica sexual es importante que ambos gocen sensualmente.
Si actúa con sabiduría sexual el amante puede despertar el morbo de ella prometiendo y a la vez demorando el contacto que anhela sin ir directamente al punto de máxima excitación. La aproximación al sexo oral es un arte refinado que debe desarrollarse paso a paso, iniciándolo como una lenta danza que irá cobrando velocidad hasta volverse vertiginosa, haciendo que los cuerpos restallen de placer. Él la besa profundamente en la boca, juega a estirar los labios y con su lengua cosquilleo el interior; después comienza a dibujar el mapa de su cuerpo; lo hace sin prisa deteniéndose en los senos, rozando y humedeciendo al pasar los pezones antes de lamer arriba y abajo la línea imaginaria que los separa siguiendo el esternón. Con la misma enervante lentitud, va bajando hacia el ombligo, por cuyo contorno e interior pasea ávido; las manos, que han ido siguiendo el recorrido por los costados del cuerpo de ella, comienzan a estrecharle las caderas para acompañar el goce del que pronto ella disfrutará plenamente. Ahora ya está cerca la descarga de alto voltaje porque él está usando su lengua para contornear el pubis, que muerde con suavidad antes de internarse entre los pliegues que lo esperan anhelantes a ambos lados de los labios mayores, sorbe con avidez el tierno interior de los muslos, se introduce entre las nalgas y con la punta de la lengua toca levemente los orificios que encuentra a su paso hasta llegar a los labios menores, donde se demora en una caricia que los recorre una y otra vez. Se intensifica su libido, la temperatura de¡ cuerpo aumenta, alza el pubis, con las piernas abiertas, levanta también las nalgas para que él las sostenga y acaricie, facilitándole el contacto con el clítoris, que no puede esperar más, firme y tenso por la excitación. La vulva está abierta como una campana cuyo badajo él hace tintinear de placer, lamiendo y mordisqueando con cuidado infinito, moviéndolo hacia ambos lados, llevándolo arriba y abajo hasta sentir que se acerca un trepidante y arrollador terremoto que la conmueve hasta las entrañas. Entonces la sujeta firmemente para que en los espasmos que se sucedan durante el clímax ella no se aleje ni por un instante del centro de su goce y lo disfrute con máxima Intensidad hasta el final.
Son muchas las maneras de disfrutar del cunnilingus y cada pareja debe aprender a hallar la que le resulte más cómoda y aquella que le permita sentir más placer. Las posiciones en que ella está tumbada con las piernas abiertas, de modo que su vulva quede bien expuesta al contacto con la lengua acariciante de él, son las más adoptadas, pero no son las únicas. Es muy placentera también la postura en que un almohadón sirve para elevarle las nalgas y que él abra las piernas de ella, a la vez que sus pies se apoyan en sus hombros. Hay parejas que prefieren practicar el sexo oral permaneciendo la mujer de pie y él arrodillado para lamer la vulva o, sobre la cama, estando él tumbado y ella de cuclillas con el pubis a la altura de su boca. Sin embargo, acaso una de las posiciones que más se suele asociar al sexo oral es la denominada popularmente «el 69», en que ambos amantes se estimulan a la vez. La mayoría lo practica acostándose hombre y mujer uno al lado del otro con las cabezas dirigidas en sentido contrario, de modo que los genitales de ambos queden a la altura de sus respectivas bocas. Una variante de esta postura es que uno de ellos -generalmente el hombre, que tiene más peso- esté tendido boca arriba y encima se coloque, de forma opuesta, la mujer mirando hacia abajo. Al practicar la felación y el cunnilingus al mismo tiempo debe tenerse cierta precaución cuando se acerca el clímax, ya que a veces en el momento del orgasmo ella puede descontrolarse y hacerle daño en el pene con los dientes.
Aunque el «el 69» es la postura más conocida, no es la que prefieren las mujeres, ya que les impide abandonarse a su propio placer pendientes de dárselo también al hombre.
Este punto del viaje sexual, que para él representa la ansiada meta de la penetración, es para la mujer una más de las múltiples etapas del erotismo, por lo que la vive de forma diferente. Sólo si está intensamente excitada por los estímulos y caricias previamente comparados, la desea y disfruta con ella. Ella está muy encendida al notar que él ha alcanzado el punto máximo de erección, lo que hace subir aún más su libido, la vagina se Inunda con los jugos que surgen desde lo más profundo y le indican que todo su cuerpo está dispuesto a recibirlo para llegar juntos al éxtasis. El glande tenso se adelanta buscando la humedad de esa caverna en la que el pene desea amarse entero y ser abrazado con ardor. Ese primer Instante de la penetración es de una sensualidad mágica, un encuentro único en que se acoplan las paredes de la vagina a la forma y tamaño de él como si un guante lo cubriera para abrigarlo y acariciarlo al mismo tiempo. El falo embiste con furia salvaje o penetra con cautela tanteando y jugando en ese espacio que lo reclama vibrando acompasadamente al ritmo de los latidos del pene y comienza uno de los momentos eróticos en el que más imaginación pueden liberar los amantes para disfrutarlo. Ella, despojada de inhibiciones, dirige la acción; su cuerpo se mueve eligiendo la cadencia y la fuerza que desea de cada embestida, exige mayor rapidez, desea más lentitud, quiere que él juegue profundamente dentro de ella o que se aleje como si la abandonara y vuelva a entrar con más fuerza; este ritmo va renovando su deseo y haciendo crecer su ansia sin límite. Entonces, rendida y sudorosa, con el corazón desbocado, los músculos tensos y el cuerpo febril, comienza a imprimir una cadencia acompasado, cada vez más veloz, que ya no se detendrá hasta que él se derrame entero y ella toque una vez más el techo de su placer. Según la postura elegida para el coito, se obtienen sensaciones diferentes; para que la mujer disfrute al máximo y se cree el morbo que intensifica el deseo, uno de los dos debe estimular el clítoris mientras se produce la cópula. También es de lo más excitante dejar por unos momentos el falo en reposo y que éste crezca al calor de los vibrantes latidos de la vagina, para incrementar la pasión. A diferencia de lo que muchos amantes suponen, no es esencial que el estallido del orgasmo se produzca al mismo tiempo; no cabe duda que es placentero que él retarde la eyaculación para esperarla si su ritmo es más lento, pero la mujer disfruta igualmente si llega al clímax antes o después. Uno de los momentos de mayor Intimidad y, para ella, de Intensa emotividad durante el coito, es el «después», cuando ambos, agotados pero plenos, siguen estrechamente abrazados sin desear desprenderse y el pene va reduciendo su tamaño en el interior de la vagina.
Si la mujer no consigue tener orgasmos durante unperíodo prolongado de su vida sexual activa y, por vergüenza o deseos de complacer, no lo confiesa optando por fingirlos, no sólo limita las posibilidades del amante que puede ayudarla a llegar al clímax, sino que se impide a sí misma acceder al placer supremo de la sexualidad completa.
El beso es uno de los estímulos que más erotizan la piel de todo el cuerpo y, sobre todo, la boca y otras zonas erógenas femeninas. Besar bien es un arte con el que se despierta la sensualidad; saber recorrer los labios de ella con los propios, lamiéndolos, sorbiéndolos con suavidad, mordisqueándolos hasta notar cómo se inflaman para introducirse luego en el interior de la boca y recorrerla apasionadamente tocando con la lengua el paladar, las encías y dibujando el contorno de los dientes. Lamerle todo el cuerpo es un placer que a ella la estremece de gozo, sobre todo al cambiar los roces y la tensión de la lengua, alternando leves mordiscos y besos con los labios juntos; el anhelo crece si al mismo tiempo sus manos se mueven acariciando con las palmas y el dorso, cachetean con los nudillos y arañan tenues la piel de otros puntos excitabas. Estos contactos hacen brotar el deseo y la respuesta sexual no tarda en hacerse presente en la humedad de la vulva y la erección de los pezones y el clítoris. La idea femenina de la relación sexual es un todo completo y complejo que no aísla una etapa del placer de la siguiente ni considera una más importante que otra; no hay para ella un objetivo esencial como puede ser para él la penetración, aunque ésta también le resulte placentera. Se inflama de ansia al ser besada, lamida o arañada en toda la extensión de su piel, que es enteramente territorio erótico privilegiado y el centro de su goce -el clítoris y la vegina- se derrama en oleadas calientes hacia todos los puntos cardinales de su cuerpo.
Crear una relación sexual como si fuera un escenario e interpretar diversos papeles es una manera de reinventar el placer. Invitar con la mirada sin decir una palabra, incitar con el cuerpo adoptando una postura especial o sencillamente ignorar al otro, actuando como si se estuviera a solas, provoca reacciones apasionadas. Ella se recuesta lánguidamente como si deseara dormir, sus ojos están cerrados y no lo mira ni lo busca, pero algo en su cuerpo parece desmentirlo, un muslo está encogido y deja ver el vello del pubis, la otra pierna está tensa como si esperara. Súbitamente él se acerca y percibe el perfume que surge desde el pubis, y no puede resistir la tentación de hundir su rostro entre la suavidad de sus muslos y lamerla hasta que ella abandone su lasitud y despierten todos sus instintos eróticos con la caricia.
Bajo el agua, todo se desliza naturalmente, la piel brilla y es fácil acariciar con la espuma, jugar a hacer burbujas, provocar con el roce, acariciar con la esponja como sin querer, y alejarse. El agua se desliza por su piel, él envuelve su cuerpo tibio y perfumado con los brazos, pero ella le da la espalda y todo indica que se resiste, no quiere más placer que la ducha compartida, no necesita nada más. Sin embargo, él va a Intentar seducirla con la fuerza de su excitación. Arrodillándose, besa el hueco de su ombligo y baja lentamente por el vientre de ella lamiéndola con pasión, hasta que la siente entregada y perdida en la ardiente marea del deseo que ha despertado.
El ano es el último punto íntimo en el que los amantes suelen aventurarse, en muchos casos porque la mujer se resiste a ser acariciada y penetrada analmente, producto de los prejuicios que nuestra cultura ha arrojado durante siglos sobre esta práctica, tildándola de antinatural. No obstante, por la sensibilidad de la zona y sus múltiples terminaciones nerviosas, es uno de los placeres más intensos de la sexualidad. Él anhela penetrarla de este modo en una ceremonia que representa intimidad y entrega de la mujer y sabe cuánto puede gozar, pero debe hacerlo con la debida delicadeza y cuando ella se encuentre realmente preparada para recibirlo. Por ello, y como parte de las caricias y besos para estimularla, las nalgas y los glúteos deben tener protagonismo, así ella irá descubriendo lo excitante de esta zona erógena. Él estimula el clítoris con sus manos y su lengua notando cómo aumenta su deseo, moja un dedo en los jugos vaginales y realiza un trayecto de ida y vuelta recorriendo el perineo hasta el ano, que se va lubricando; la vuelve de espaldas y, mientras sigue estimulando con sus dedos el clítoris, comienza a lamer en círculos de arriba abajo, primero las nalgas y luego las paredes interiores hasta sentirlas relajadas; ése es el momento de apoyar la punta de la lengua en el ano y comenzar a moverla rotando, impulsándola hacia adentro y tanteando también delicadamente con un dedo el comienzo del estrecho canal. Sin dejar de excitar el clítoris y la vagina, una mano sube hasta los senos para pellizcar los pezones y añadir fuego al ya intenso placer de ella y la otra mano dirige con suavidad el glande para introducirlo, aunque sólo en una pequeña parte, en el orificio del ano. Si halla resistencia en este punto, él puede aumentar la lubricación con saliva o vaselina que, junto a la fuerte excitación que ella siente, relaja y facilita la penetración. El pene se mantiene quieto y expectante, familiarizándose con esa caliente cavidad que late y lo oprime estrechamente reflejando cuánto goza; luego, poco a poco, se interna despacio pero pronto comienza a embestir, primero con delicadeza, y a medida que el canal se adapta al tamaño de su miembro erecto y los espasmos de ella indican el disfrute que la hace vibrar entera, la fricción se va haciendo más rítmica y profunda. Ella está perdida en su placer, una fina capa de humedad se extiende por todo su cuerpo, nunca había imaginado que podía ser tan estimulada y en tantos puntos a la vez: sus senos palpitantes desbordan las manos de él, su clítoris erecto electriza los dedos que lo acarician, el ano y la vagina tiemblan al unísono en contracciones que la transportan a un sinfín de sensaciones inéditas hasta que, trémula de pasión, se libera en un clímax trepidante. Si la mujer es especialmente estrecha o el tronco del pene muy ancho, la caricia con los dedos en el ano, al mismo tiempo que es muy estimulante, la prepara para la penetración. También es eficaz si ella tarda en relajarse, ya que con uno de sus dedos él consigue poco a poco dar elasticidad a los músculos para recibir el pene, al mismo tiempo que contribuye a que ella aprenda a disfrutar de este coito tan placentero.
CONTINUA...