Farmacias de guardia de la provincia de Alicante.
Aquí os dejo un relato que escibí cuando tenía 16 años y comenzaba con mis andadu
Era noche cerrada, las estrellas brillaban en el cielo con una luna apenas visible. Llevaba ya bebidas tres jarras de vino, pero a pesar de que tenía los sentidos muy embotados, el tan ansiado sueño no llegaba. Ella creía que la bebida le ayudaría a mitigar sus males, pensaba que conseguiría ahogar sus angustias en una copa bien llena de aquel dulce licor, rojo como la sangre que, ya reseca, lucían sus manos y su ropa. No se acordaba de qué había hecho, pero tampoco se atrevía a levantarse del sillón para averiguarlo. Sentada como estaba delante de la lumbre se sentía protegida, porque un extraño sexto sentido le advertía que lo que acababa de hacer no estaba bien, que no iba a salir indemne.
Poco a poco, un profundo sopor fue haciéndose dueño de su cuerpo, hasta que la sumió en un sueño intranquilo. Al día siguiente, al despertar se sintió fresca y liviana como nunca se había sentido. Extrañamente no tenía dolor de cabeza debido a la resaca, no se encontraba cansada y una grata sensación de paz y alivio la recorría de pies a cabeza. Todo aquello cambió en cuanto vio que seguía durmiendo en el sofá, pero no era ella, era su cuerpo, que descansaba inerte y frío en la butaca. Su espanto fue mayor cuando vio a unas pequeñas criaturas rondando su cadáver, cogiéndolo en volandas y llevándoselo hacia fuera de la pequeña casita de campo. Ella se quedó quieta, sin saber qué hacer, hasta que uno de los duendes (o eso creía ella que eran) le dijo que les siguiera y así lo hizo, sorprendida de que aquellos seres pudiesen verla en su nueva condición de espíritu. La guiaron, junto con su cuerpo, a un claro de un bosquecillo que había cerca de allí, le hicieron sentarse en una piedra, se pusieron todos en círculo y colocaron el frío cuerpo en el centro. La luz del sol se escurría entre las hojas de los árboles. Una de aquellas criaturas, una mujer alta con un vestido verde vaporoso y unas bellísimas alas blancas que parecía la reina de la comitiva, empezó a hablar con una voz clara y atractiva narrando toda la historia que le concernía a ella y a todos sus siervos a aquella sorprendida alma.
Hacía ya dos meses que cinco amigos estaban de ruta. Acampaban con tiendas donde podían y sufrían las inclemencias del tiempo con resignación. Ellos habían planeado llegar a su destino en poco más de mes y medio, pero a causa de ciertos problemas no se había podido cumplir el plazo. A la mañana siguiente sería día treinta y uno de diciembre, día de año nuevo. Era una noche en la que, según la costumbre de la comarca por la que transitaban, los espíritus y bestias del mundo salían de sus escondites, atormentaban a los desprevenidos y celebraban todo tipo de fiestas y bacanales. Durante esa noche las gentes de la zona cenaban en casa con sus familias y contaban cuentos e historias de hadas alrededor del fuego. Muy pocos salían de casa más tarde de la medianoche y el que lo hacía corría un gran peligro. Los cinco amigos, extranjeros en esa región, no conocían las costumbres y, por lo tanto, pretendían pasar la noche en unas ruinas de habían encontrado cerca de un bosquecillo. Montaron las tiendas y encendieron un gran fuego. Cocinaron, comieron, bebieron y celebraron por todo lo alto dentro de sus posibilidades esa noche tan especial, en la que dejaban atrás un año y se embarcaban en uno nuevo. Preferirían haber estado con sus familias, pero aún así les agradaba pasar una noche tranquila, los cinco juntos, con un cielo plagado de estrellas y una luna apenas visible.
Eran más de las doce de la noche, ya un año nuevo se abría paso y los cinco amigos disfrutaban de una amena conversación. Sin ellos darse cuenta, una tenue luz, un resplandor apenas, se abría paso por entre los árboles. En cuanto se percataron de aquel destello, se giraron para contemplar qué lo producía. Una figura alta de mujer, ataviada con una camisa blanca manchada de una sustancia rojo-negrosa, unos pantalones negros raídos y gastados y unas botas altas marrones bastante sucias se acercaba a ellos. Miraban a la desconocida con asombro y a su vez ella los miraba con un desconcertante brillo en la mirada. Se acercó aún más a ellos y estos, absortos como estaban en la siniestra figura, no retrocedieron ni se sobresaltaron. La mujer se sentó en una piedra enfrente de los cinco amigos y empezó a hablar:
– Siento molestaros, pero me gustaría saber si puedo pasar la noche aquí.- preguntó con una voz dulce, cálida y musical.
Los chicos se miraron y asintieron sin mediar palabra y así se quedaron durante largo rato, observándola fijamente y con curiosidad. Esta, viendo a sus sorprendidos compañeros, habló por segunda vez
– ¿Por qué esas miradas de asombro? ¿Queréis saber por qué voy así? ¿Por qué están manchadas y rotas mis vestiduras? ¿Queréis saber mi historia?- los cinco chicos asintieron.
– Entonces guardad silencio… y que corra el vino.- y comenzó a contar su historia.
Siete días después un pastor que llevaba a comer a sus cabras encontró los cadáveres de los cinco chicos. Estaban en el claro de un bosquecillo, los cinco colocados en el centro de un círculo hecho con piedras. Estaban sucios, mugrientos y en sus cuerpos ya empezaba la descomposición, pero a parte de eso no había signos de lucha. La policía declaró muerte por envenenamiento de hongos, pero los pueblerinos sabían que aquella no era la verdadera causa de sus muertes.
Eran una pareja de exploradores que llevaban todo el día caminando, estaban cansados y vieron un pequeño claro en un bosque y decidieron pararse a descansar y pasar allí la noche. Cenaron tranquilos y justo cuando iban a irse a dormir, aparecieron las figuras de cinco chicos, mugrientos y con los ojos brillantes. La pareja quedó hipnotizada, les ofrecieron comida, pero los chicos la rehusaron, se sentaron cada uno en una piedra y la pareja hizo lo mismo. Entonces uno de los chicos preguntó: “¿Queréis que os cuente nuestra historia?”.
Fuente: Ainhoa Pastor Sempere