Veía pasar su reflejo por los cristales de los coches, que le mostraban un rostro demacrado, con los ojos hundidos en sus cuencas. Nunca había sido muy hermosa, pero ese día lucía peor que cualquier otro. Esperaba al autobús en la parada de siempre, pero hoy no era un día como los de siempre. Había discutido con su hermano, sus padres la habían criticado por sus malas notas, sus amigas hacían sus vidas y a ella apenas le prestaban atención y, para más males, aquel mismo día a una de sus amigas un chico la había pedido salir y ella lo había rechazado, argumentando que él no era lo suficientemente bueno.
Cuanto habría deseado que tan solo un chico se interesase en ella tanto como lo hacían todos los demás por su amiga. El chico al que rechazó era alto, moreno, ojos verdes, inteligente y trabajador, pero a su amiga “no le había parecido lo suficientemente bueno”. Cuanto habría soñado ella que un chico la mitad que aquel le dijese algo semejante. Se sentía desgraciada, horrible y muy sola.
A pesar de que estos hechos habían pasado hacía tan solo unas horas, sentía como si hiciese eones que le ocurrieran. Ahora tan solo esperaba de pie, sin nadie a su lado, escuchando los sonidos y murmullos de la ciudad, aguardando a que llegase su autobús para llevarla a casa, sola.
Pero esperaba en vano, su autobús no llegaba, el ansiado retorno a casa se hacía esperar cada vez más. Tan solo podía verse a si misma en los espejos y cristales de los coches que pasaban por allí y, de vez en cuando, en las cristaleras de las tiendas del otro lado de la calle. Esperaba tranquila, aunque impaciente en su interior. Veía pasar a la gente, madres con sus hijos, parejas haciéndose carantoñas, estudiantes que acababan de salir de clase y todo aquello todavía la entristecía más.
Por fin, y tras lo que le pareció una eternidad, su autobús llegó. Pero esta vez fue ella quien no pudo avanzar, no podía moverse del sitio. La gente pasaba a su lado sin notarla, subían al automóvil, hablaban entre ellos, saludaban al conductor y este les devolvía el saludo con un leve asentimiento de cabeza. Todo transcurría con perfecta normalidad excepto que ella continuaba allí de pie, sin poder avanzar.
Fue entonces cuando vio la luz, un hermoso foco de luz ambarina que le hizo recordar todo. Esperaba el choque, el ruido del conductor intentado frenar apresuradamente, el dolor, pero sobretodo, esperaba que todo terminase cuanto antes. Pero aquello que tanto ansiaba, de nuevo, no llegó. La luz se quedó quieta, no la vio avanzar, como sí que la había visto siete años atrás, cuando se lanzara delante de aquel autobús veintiuno, para acabar con todo, los remordimientos, el dolor, las penas, la soledad, pero por encima de todo, quería acabar con su vida. Estaba cansada, no quería ni era capaz de vivir más. Fueron aquellos sentimientos desoladores los que la impulsaron a actuar tan precipitadamente. Desde entonces volvía a repetirse todos los años el mismo proceso: ella en la parada, la gente pasando y, luego, el recuerdo de que ahora ya no era un ser visible, aunque la verdad es que estando viva tampoco lo había sido demasiado. Ahora se hallaba en el mundo espectral y al contrario de lo que esperaba, aquello no la liberó, continuaba atada a aquel insulso mundo que tanto había querido abandonar, como si fuese un alma en pena. Continuaba teniendo que vivir la soledad y la desidia que la acompañaron en vida. La luz, que tanto alababan los vivos, aquello a lo que todo el mundo quería llegar, no había llegado para ella. Todos los años continuaba allí de pie, esperando algo que la salvase de tanta desesperanza.
Aquella vez algo había cambiado. Una luz ambarina que no pertenecía a ningún vehículo se había instalado justo frente a ella. La miraba ensimismada, deslumbrada por una indescriptible belleza. Entonces lo vio. De entre aquellos rayos cegadores apareció un hombre, que avanzaba hacia ella con una gran sonrisa capaz de haber fundido los polos por su calidez. Tenía el pelo oscuro, los ojos claros, un porte elegante y vestía con un impecable traje blanco. Le miraba a ella, como si fuese lo único que había en este mundo, como si fuese alguien a quien había estado esperando durante años. Ella le devolvió la mirada totalmente sorprendida. Él se acercaba con los brazos extendidos y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, la abrazó con tal ternura y tanta pasión que ella no supo cómo responder a eso. Entonces él se apartó, la miró a los ojos y le susurró al oído: “Ven conmigo, llevo largo tiempo esperándote”. Entonces ella lo supo, había tenido que morir para darse cuenta, pero al final vio que siempre había sido hermosa, siempre la gente la había querido, solo que ella no había querido darse cuenta hasta que ya fue demasiado tarde. Hizo sufrir a mucha gente sin quererlo y sin tan siquiera saberlo y ahora se sentía más desdichada. Entonces empezó a llorar, como no lo había hecho en años y como dudaba que un espíritu encarcelado en la Tierra pudiese hacer. Lloró por todo lo que había dejado, por su insensatez y por cosas que ni tan siquiera sabía que sentía. El hombre la acunada entre sus brazos y cuando se calmó la cogió de la mano y tiró con ella con dulzura. Ella lo acompañó sin duda, feliz como no se había sentido en su vida. Avanzaron hacia la luz, cada uno abrazado a la cintura del otro. Era un momento que ambos habían esperado durante toda su vida... y parte de su muerte.